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Cerrada la puerta tras nosotros,
se quedó en la casa nuestro reflejo.
Nuestras sombras quebradas
a la luz de la lámpara
y el calor de la estufa que encendimos
para templar febrero de mañana.
Está recién apagada,
para cuando el calor se extinga
habremos doblado la esquina de Rua Adisa.
No es cierto que ya nos fuimos,
en el círculo del tiempo estoy, una y otra vez,
comprando un poco de pan y jamón,
eligiendo unas manzanas para el desayuno.
¿Qué es este lugar? Está un poco vencido,
un poco sucio y siempre húmedo.
Recién llegada y al instante caminaba
una pendiente imposible.
Llueve, ráfagas de fado traspasan,
desamarran nuestros pies que
barren adoquines en la noche.
El trípode, la ayudanta, el fotógrafo,
en Alfama la llovizna es un recuerdo persistente.
Está desierta la Rua do Capelao.
¿Dónde puedo encontrar a La Severa,
la que cantaba como lo hacen
quienes pueden morir de amor?
Nadie pregunta por ella,
sería como no saber
dónde ha dejado uno su propia piel.
Me la estás haciendo difícil Lisboa,
te me ponés al revés,
parada sobre tus manos,
acróbata sinuosa obsequiándome un acertijo
en un vaso de ginjinha.
Es demasiado temprano para saber
que me estabas esperando,
que me darás tu secreto y a cambio,
vas a pedir tu parte.



Sol Triano

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